Cara y cruz... por nimbo_de_SCAR

Aquel grupo de mujeres habían tomado una decisión común que supeditaba sus vidas a una estricta convivencia.

La que menos tiempo llevaba en aquella comunidad rozaba el medio siglo de pertenencia. Toda clase de achaques se reflejaban en los cuerpos de aquellas orondas mujeres: la que no sufría de ciática, tenía que ser operada del menisco y sino, problemas de memoria condicionaban sus vidas.

La rutina era la orden del día. Desde el amanecer hasta las 9:30 de la noche, el día se completaba con los diferentes ritos eclesiásticos y los quehaceres cotidianos, como hacer la comida, o hornear las pastas que sufragaban los gastos de aquel pseudogeriátrico autogestionado.

Sor Rita era la jovencita de la agrupación, rondaba los 70 años y su grueso cuerpo resentía aquella espalda arqueada que la caracterizaba. Ella era la encargada de cuidar y mantener limpia la enorme capilla que aquel viejo convento de clausura contenía. Limpiaba las cristaleras, los diferentes relicarios que contenía, y por supuesto barría.

Sor Rita rezaba y suplicaba a Dios que sanara sus dolores. Todas sus plegarias se dirigían a pedir el milagro para poder realizar sus labores sin tanto sufrimiento. Hasta que un día, el párroco de la iglesia, que tantas horas pasaba en confesión con Sor Rita, optó a traerle un presente y así permitir que ella tuviera más horas libres para su asueto, o el de ambos más bien. Según se cruzó con Sor Rita espetó el satisfecho hombre:

-Sor Rita, ven a mi lado hija mía que no volverás a barrer nunca más!!!- con un guiño cómplice.

-Padre!! ¿Será que lo va a hacer Usted por mí? - contestó ella con una reconocida ironía.

-No hija mía, te doy la opción de emplear tu tiempo libre en darme placer o barriendo esta, nuestra, capilla.

Ella se encogió de hombros a sabiendas de que las peticiones del párroco no eran del todo acordes con la palabra del Dios que durante tantos años había venerado, por lo que tomó una moneda del cepillo para que fuera el mismo Dios el que tomara cartas en el asunto y decidiera si aquellas “confesiones” eran lícitas o no y la lanzó al altar.

-Cara sí, cruz no...- comentó ella mientras resonaba el tintineo de la moneda.

El párroco se avalanzó con ansiedad sobre la moneda y una pérfida sonrisa asomó en su cara al vislumbrar el resultado. Tomó el paquete que trajo y sacó una modernísima aspiradora que no necesitaba ningún apoyo humano para ejercer su misión. A su vez, tomó de la mano a Sor Rita y se la llevo al confesionario.

Él se introdujo en el pequeño habitáculo, ella se arrodilló frente a él. El padre le ofreció su bastón de mando, al que ella hacendosa, sacaba brillo con esmero, mientras que entre lametazo y lametazo se lamentaba de su suerte:“Padre nuestro que estas en los cielos, pensé que me tenías en más estima. A mis 70 años me quitas de barrer el suelo de tu casa para ser la puta de tu representante.”

Mientras Sor Rita se incorporaba y se retiraba el hilo seminal que resbalada de la comisura de sus labios, el párroco la tomó de la mano y la invitó a arrodillarse de nuevo. Ella sorprendida le miró:

-Era cruz, hermana. Mientras la aspiradora trabaja, proceda a su confesión- su arrugado y flácido bastón de mando asomaba de su bragueta mientras ella volvía a encorvar su dolorida espalda.

Crítico y con sentido del humor. Me ha gustado
Pero mira cómo es la monjita, que para ella todo está bien si Dios lo considera lícito. Pero en este caso no fue así. De lo contrario tal vez hubiera disfrutado más de su confesión.

un beso, nimbo_de_SCAR