bajo la escalera
2 participantes
Página 1 de 1.
bajo la escalera
Era la última vez que iba a entrar en aquella casa. La reestructuración que el ayuntamiento pretendía hacer en el barrio pasaba por derruir la que fue la casa de mis padres, de mi infancia y juventud. Por lo que al día siguiente, aquel edificio de dos plantas, sería pasto de una bola de hormigón.
Habían pasado 3 años desde el fallecimiento de mi madre; mi padre falleció 2 años antes. Cuando retiramos sus cosas fue la última vez que entré allí.
Nada más entrar, el olor de mi niñez inundó mis pulmones. A pesar de la humedad que se había adueñado de aquellas paredes, al abrir la puerta se mezcló con el aroma a mimosas y me llevó a los juegos con mis vecinos aquellas tardes, en las que empezaban a alargar los días en primavera.
Atravesé la entrada y directamente tomé las escaleras que llevaban al piso superior, donde estaban las habitaciones. Recorrí el pasillo y me dirigí a mi antigua habitación. La encontré más pequeña, vacía y oscura. La melancolía se iba apoderando de mí.
Decidí que tenía que salir de allí cuanto antes, un repaso a la casa por si dejaba algo de valor y guardar aquellos recuerdos en mi corazón. Bajé al piso principal, lo repasé a toda velocidad y cuando me disponía a salir allí estaba, el terreno prohibido.
Una puertecita que resguardaba el único secreto de mis padres hacia nosotr@s. Me quedé mirándola, pensando en qué hacer. No podía irme sin mirar. Lo tenía completamente olvidado, pero era ella la que se había interpuesto en mi camino.
Probé a abrirla, estaba cerrada. Una patada la reventó. No se veía nada, la electricidad hacía más de un mes que la habían cortado y la claridad del día no llegaba hasta aquel recoveco. Fui al coche a por la linterna del kit de herramientas que siempre llevaba.
Me sentía como un niño en una misión de reconocimiento.
Según apunté con la linterna, vislumbré unas escaleras que descendían. No podía rechazar aquella provocadora invitación. El olor a humedad aumentaba mientras más telarañas atravesaba, hasta llegar a ser un poco mareante.
Apunté con mi linterna aquel pequeño habitáculo que mi imaginación no podía sospechar encontrar.
Argollas en las paredes, en el techo, una X raida adosada a la pared y una especie de potro de tortura carcomido. Cuerdas, cadenas, látigos y velas. Un escalofrío me recorrió la espalda. Me estaba turbando entre el olor a cerrado, la simple visión que la luz de aquella linterna me aportaba y el sinfín de preguntas que me agolpaban el cerebro: ¿Qué clase de padres había tenido? ¿Quién habría padecido aquella sala de tortura?
Recorrí de nuevo la sala con mi linterna hasta dar con una sencilla mesilla con dos cajones al fondo. Me adentré en los cajones para descubrir un sobre lleno de fotos. Temía lo que me encontraría entre ellas: victimas de la locura de mis padres, miles de torturas infringidas en aquel patíbulo...
Me encontré con fotos de mi madre, atada, azotada, amordazada... Una serie de imágenes que ningún hijo hubiera querido encontrar. Pero algo me llamó la atención: la mirada de agradecimiento de mi madre, el brillo en sus ojos, el amor que aquellas fotos desprendían.
Entonces me di cuenta. Ellos habían sido felices, se habían amado hasta el último día, habían dado rienda suelta a su peculiar sexualidad. Habían sido libres, bajo la escalera...
Habían pasado 3 años desde el fallecimiento de mi madre; mi padre falleció 2 años antes. Cuando retiramos sus cosas fue la última vez que entré allí.
Nada más entrar, el olor de mi niñez inundó mis pulmones. A pesar de la humedad que se había adueñado de aquellas paredes, al abrir la puerta se mezcló con el aroma a mimosas y me llevó a los juegos con mis vecinos aquellas tardes, en las que empezaban a alargar los días en primavera.
Atravesé la entrada y directamente tomé las escaleras que llevaban al piso superior, donde estaban las habitaciones. Recorrí el pasillo y me dirigí a mi antigua habitación. La encontré más pequeña, vacía y oscura. La melancolía se iba apoderando de mí.
Decidí que tenía que salir de allí cuanto antes, un repaso a la casa por si dejaba algo de valor y guardar aquellos recuerdos en mi corazón. Bajé al piso principal, lo repasé a toda velocidad y cuando me disponía a salir allí estaba, el terreno prohibido.
Una puertecita que resguardaba el único secreto de mis padres hacia nosotr@s. Me quedé mirándola, pensando en qué hacer. No podía irme sin mirar. Lo tenía completamente olvidado, pero era ella la que se había interpuesto en mi camino.
Probé a abrirla, estaba cerrada. Una patada la reventó. No se veía nada, la electricidad hacía más de un mes que la habían cortado y la claridad del día no llegaba hasta aquel recoveco. Fui al coche a por la linterna del kit de herramientas que siempre llevaba.
Me sentía como un niño en una misión de reconocimiento.
Según apunté con la linterna, vislumbré unas escaleras que descendían. No podía rechazar aquella provocadora invitación. El olor a humedad aumentaba mientras más telarañas atravesaba, hasta llegar a ser un poco mareante.
Apunté con mi linterna aquel pequeño habitáculo que mi imaginación no podía sospechar encontrar.
Argollas en las paredes, en el techo, una X raida adosada a la pared y una especie de potro de tortura carcomido. Cuerdas, cadenas, látigos y velas. Un escalofrío me recorrió la espalda. Me estaba turbando entre el olor a cerrado, la simple visión que la luz de aquella linterna me aportaba y el sinfín de preguntas que me agolpaban el cerebro: ¿Qué clase de padres había tenido? ¿Quién habría padecido aquella sala de tortura?
Recorrí de nuevo la sala con mi linterna hasta dar con una sencilla mesilla con dos cajones al fondo. Me adentré en los cajones para descubrir un sobre lleno de fotos. Temía lo que me encontraría entre ellas: victimas de la locura de mis padres, miles de torturas infringidas en aquel patíbulo...
Me encontré con fotos de mi madre, atada, azotada, amordazada... Una serie de imágenes que ningún hijo hubiera querido encontrar. Pero algo me llamó la atención: la mirada de agradecimiento de mi madre, el brillo en sus ojos, el amor que aquellas fotos desprendían.
Entonces me di cuenta. Ellos habían sido felices, se habían amado hasta el último día, habían dado rienda suelta a su peculiar sexualidad. Habían sido libres, bajo la escalera...
Re: bajo la escalera
Otro buen relato, nimbo_de_SCAR. Me gustó. Todo bien detallado y con un fondo bdsm. Pues nada, todos los secretos acaban saliendo a la luz, y mucho más si hay fotos de por medio. Ayyy, qué peligro tienen las fotos...
Un beso.
Un beso.
simut{SCAR}- Mensajes : 14
Fecha de inscripción : 21/08/2010
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.